Icho, causante de que Diomedes Díaz perdiera su ojo, piensa que ese accidente juvenil le ha servido al cantante para redondear su fama...
Twitter: @pegnaloza
Tomado de: elheraldo.co
La frase, que más parecía el
titular de un periódico de crónica roja, estaba acompañada por la imagen
de un hombre moreno y delgado, de pelo grisáceo, aspecto humilde y que
usa anteojos: “Este es Icho, la joya que le sacó el ojo a Diomedes”,
decía.
Enseguida,
por el chat del blackberry, le pregunté a mi contacto a qué se referían
la foto y el estado de su pin. La respuesta no tardó más de treinta
segundos y confirmó lo que para mí había sido un simple rumor de marras:
el cantante de vallenatos Diomedes Díaz perdió el ojo derecho cuando
vivía en Villanueva (La Guajira), víctima de una pedrada que le asestó
un amigo de infancia.
¿Y cómo hago para localizar al tal Icho? –pregunté.
Vive en Villanueva, dos calles abajo de la esquina de Chayo Cárdenas –me respondió de inmediato.
Luego de la confirmación decidí
buscar al agresor para que me contara con detalles. Del incidente ya han
pasado 45 años, pero Wilson José Peñaloza Barreto, más conocido como
Icho, lo recuerda a la perfección. Y no es para menos, el susto fue
mayúsculo, la sangre que brotaba del ojo derecho de Diomedes hacía mucho
más escandalosa la escena, que dio por terminado un día cualquiera de
aventura por el monte.
•••
Luego de presentarme, los saludos
de rigor y hacer un breve recorrido por la humilde vivienda, se queda
mirándome fijo a los ojos y me dispara con: ¿Te gusta el patio? El tufo
que emana me hace pestañear, me repongo en menos de dos segundos y le
digo que sí, pero en realidad el patio no me gusta, es grande y fresco,
pero estando allí es imposible no sentirse arrinconado por la pobreza,
tiene de todo y no tiene nada, y hasta parece que uno mismo hace parte
del desorden.
Un fogón de leña, el tendedero
con ropa vieja y multicolor, un par de pollos que caminan dando la
impresión de estar perdidos, la infaltable gallina, una hamaca, un palo
de níspero, uno de achote, uno de guanábana, uno de cotoprí, dos palos
de mango de hilaza y dos matas de plátano son el inventario completo de
esa porción de la casa.
Para entrevistar a Icho hay que
llenarse de paciencia debido a su sordera avanzada. Las preguntas hay
que repetirlas para asegurarse de que las recibió; otras veces mis
intenciones periodísticas son apoyadas por su sobrino Teobaldo, quien a
fuerza de verlo y hablar con él a diario ha logrado graduar a la
perfección los tonos de su voz para que su tío escuche en el primer
intento.
–Aparte de la sordera, tampoco veo por el ojo derecho, me hacen falta 100 mil pesos para la operación.
–Entonces ya emparejaste a
Diomedes –le replico, y me suelta de cerca una sonora carcajada que me
recuerda que la noche anterior estuvo embriagándose con churro*.
El rancho tiene en la fachada un letrero que reza: “se vende esta casa urgente”, entonces la curiosidad hace que le indague:
- ¿Y por qué tanta urgencia? Teobaldo hace una pequeña intervención para explicar:
- Ese letrero lo puse yo, pa´ mamarle gallo a mi tío.
- Primero muerto, la casa no se vende –complementa Icho.
- ¿Y cómo es el asunto con Diomedes?, ¿se volvieron a ver después de eso?
- El último intento fue hace dos
años que se presentó a cantar en el Festival Cuna de Acordeones, lo
esperé hasta las 11 de la noche pero me venció el sueño, después me
contaron que se montó a la tarima como a la 1 de la mañana; aparte, lo
que pasa es que la gente es mala, muchas veces hemos estado cerca y van y
lo pican; “por ahí está Icho, el que te fregó el ojo en Villanueva” –le
dicen– yo pa´ evitar cualquier problema no me acerco, porque donde sepa
que me va a jodé, voy yo y lo jodo primero.
- Pero no pasa nada
–interrumpe nuevamente Teobaldo–
yo una vez en Valledupar me fui de parranda con Diomedes y él le mandó a
decir a mi tío que eso fueron cosas de pelaos, que más bien lo quiere
ver, quiere un día de estos una reunión donde puedan sentarse con tiempo
y hablar.
•••
Rafael María Díaz sintió pasar
por su lado al grupo de muchachos, pero el cansancio no le permitió
emitir saludo alguno, por eso prefirió seguir tendido en la hamaca.
Había sido una jornada dura limpiando los potreros de la hacienda
Guazara, siempre expuesto a la fuerte canícula y a cuanta plaga habitaba
por allí. Con las fuerzas que le quedaban, levantó la mirada y notó que
entre la manada de imberbes que rodeaba uno de los palos de mango
cercanos estaba su hijo Diomedes.
Icho se había ido para el monte
sin permiso de su mamá, Dilia Barreto, aprovechando que a la vieja le
tocaba irse todos los días a lavar ajeno en una acequia llamada La
Compañía. Estaba frustrado y hambriento, había sido un día malo para la
cacería, parecía que los conejos, las iguanas y las palomas también
estaban de vacaciones; era junio de 1967 y los muchachos aprovechaban el
receso escolar para irse a aventurar por las fincas que rodeaban a
Villanueva.
Veníamos con las manos vacías,
estábamos muertos del hambre y de la sed –recuerda Icho– cuando llegamos
al palo de mango notamos que había un racimo con fruta madura y
propusimos un concurso: quien logre tumbarlo se queda con todo el
tesoro. Diomedes se subió al palo, el resto se quedó abajo.
Los compañeros tiraban piedras y
palos intentando tumbar el racimo, yo en uno de los bolsillos del
pantalón tenía mi honda, le apunté al racimo y con la primera piedra le
pegué, pero apenas se tambaleó; al segundo intento, Diomedes metió la
cara y le di en el ojo derecho. La pedrada no lo hizo caer, pero
aturdido se fue bajando despacio, y cuando llegó al piso nos dimos
cuenta de que del ojo le bajaban varios hilos de sangre.
–Y de ahí para adelante, ¿qué
hiciste?. Icho se queda mirando hacia el piso como recordando, ya han
pasado 20 segundos y no contesta; no te oyó –dice Teobaldo, entonces, en
su volumen especial, le repite mi pregunta.
Cuando el viejo Rafa supo me
correteó pero no me pudo alcanzar, yo duré dos semanas escondido,
durmiendo en la casa de mi abuela, después supe que la señora Elvira, la
mamá, había formado un escándalo y que no paraba de llorar, a Diomedes
se lo llevaron para Valledupar y lo curaron, no lo volví a ver. Como a
los 6 meses apareció en La Junta cantando: “una casa te daré con
ventanas de cristal / y te la mando a adornar/ mil colores le pondré/…”;
entonces, aquí en Villanueva estuviera muerto del hambre, la profesión
me la debe a mí, por aquí vuelve y me toca sacarle el otro ojo pa’ acabá
de completalo (suelta una nueva risotada etílica), ¿cómo te parece el
cuento? –remata.
Contrario al rotundo éxito, la
fama y los millones de pesos que ha recaudado Diomedes Díaz por su
trabajo en la música, a Icho le toca rebuscarse limpiando tapetes,
cojines y muebles. También lava carros y de lo poco que gana una parte
la destina a los gastos normales de su casa, y una pequeña partida, para
tomarse unos buenos tragos de churro. Su afición por el licor se la
atribuye a su soltería: “Tomo ron para matar mis aburrimientos porque
estoy quedao”. Cree que del incidente con Diomedes ya todo lo pagó, no
en vano la vida le emparejó cuentas de sobra; primero se lo llevó por
delante un caballo, después en una celebración de carnavales le
rompieron la cabeza con un totumo que le arrojaron desde una camioneta, y
hace poco un mototaxi lo arrolló.
A sus 62 años es poco lo que le
interesa enderezar su situación económica, para los problemas pareciera
que es suficiente recolectar lo de la botella y que suene un buen
vallenato, independientemente si es de Diomedes Díaz o de otro que cante
con sentimiento. La porción de fama que le tocó no fue la más
importante, pero se conforma, no en vano también siente que algo aportó
al éxito del artista más vendedor de toda la historia discográfica de
Colombia.
Mientras me concentro en
cualquier banalidad que me cuenta Teobaldo, noto que Icho desapareció.
De repente sale del fondo de la casa mostrando la honda (cauchera) como
si fuera un trofeo, y dice con fuerza:
Vela, esta fue, cuando le
empareje el otro ojo a Diomedes la boto –y suelta nuevamente una
carcajada. Ubica una botella plástica en una pila de arena y se pone a
practicar tiro al blanco.
Al tiempo que lo observo caigo en cuenta de que, a pesar de que ya pasaron más de cuatro décadas, tiene la puntería intacta.
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